Monday, July 11, 2011

Jerusalén y otras historias...

No entraré en detalles sobre cómo escogí a Israel como destino de viaje porque, siendo fiel a la historia, Israel me escogió a mi. Para resumir la serie de eventos precedentes al despegue, sólo diré que, un domingo cualquiera, desperté con una canción religiosa en la boca. Dos horas más tarde, volví a escucharla en la misa, ahí estaba otra vez, “Ya están pisando nuestros pies tus umbrales Jerusalén”. Sólo eso bastó para convencerme de que, un mensaje divino, que no podía ser develado de ninguna otra forma, me esperaba al otro lado del charco, sí- soy escritora y así operamos los de mi condición.

Un mes más tarde aterricé en el aereopuerto David Ben Gurion, en Tel Aviv. Era un hermoso miércoles de mayo, imposible de olvidar. El cielo se alzaba deslumbrante delante de mi, como quien quiere sorprender. Luego de perder dos horas en un interrogatorio que me pareció interminable, me encaminé a Jerusalén como cualquier hija de vecino, en un autobús (sherut) donde íbamos 4 judíos ortodoxos, un joven estadounidense y esta servidora.

Tenía poco tiempo, en mi agenda no había mucho espacio para la improvisación. Esa tarde tenía que cumplir mi cometido, así fuera lo último que hiciera, ¡lo último que hiciera!.

Tan pronto llegué al hotel, solté mi equipaje y comencé mi aventura. No podía detenerme siquiera a tomarme una ducha y mucho menos una taza de café, pronto caería la noche y no era prudente pasearme sola, como vaca sin cencerro por esos mundos de Dios - literalmente. Me tomó unos segundos internalizarlo todo.

Finalmente, allí estaba ella, la majestuosa Jerusalén, la joya de los judíos, de los musulmanes y de los cristianos. Y allí estaba yo también, representando a Manatí, Puerto Rico, junto a miles de personas, todas buscando "lo que no se nos ha perdido", como diría mi mamá. Tímidamente me asomé por la puerta de Damasco, con miedo, pero disimulando. Entre el jet lag, el hambre y la emoción, no sé cómo no me desmayé. Eran demasiados estímulos para mis sentidos: discos de música árabe, panes, especias por doquier, el olor del cordero asándose en un trompo, botellas de agua bendita por un dólar, rosarios - muchos rosarios, galletitas rellenas de dátiles, café, camisetas, en fin…el reloj avanzaba y yo sólo buscaba una cosa: el Santo Sepulcro, pero para llegar a él, tenía que atravesar la Vía Dolorosa.

En el vía crucis me fui preparando para lo que me iba a encontrar. Iba formulando mis preguntas de la mejor forma posible, buscaba las palabras correctas para expresarme, después de todo, tenía una conversación pautada nada más y nada menos que con Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra - lo cual es un título bastante intimidante.

Todos tienen una experiencia distinta al llegar, francamente yo no salía de mi asombro. Pensé que lloraría, pero no fue así.

No me perdonaba talvez perderme el Monte de los Olivos, el jardín de Getsemaní o la sala donde ocurrió la última cena.

No dejaba de sentirme impotente ante los sucesos que allí acontecían entre un bando y el otro. El ruido y la multitud no te permiten llegar a un éxtasis como el que imaginaba. Mientras todo lo que aprendí en el colegio se manifestaba ante mis ojos, y acomodaba a Pedro, Pablo y la ganga original en su lugar, no podía ignorar ese preciso capítulo de mi vida donde yo estaba a punto de cumplir 30 años, atravesando una época muy oscura. Pareciera como si la vida se hubiese ensañado conmigo. Esta vez, no quería hacer limonada, quería una respuesta.

Mi respuesta no llegó en el Santo Sepulcro saturado de fanáticos, ni en el Muro de los Lamentos donde sólo escuchaba el susurro de las oraciones judías, ni partiendo el pan en la terraza del legendario hotel American Colony donde se discutió el futuro de una nación cuya herida está aún abierta y sangrante. Mi respuesta vino esa noche, en la serenidad de mi habitación cuando me disponía a enviar unas tarjetas postales.

Y así, sin más preámbulos ni distracciones, se me inundó el pecho de infinita paz, y a falta del Río Piedras, como novela de Coehlo, en la esquinita de mi colchón, me senté y lloré. A partir de entonces, comencé a vivir- en color de rosa. Volvería en un santiamén.

Imperdibles:

Hotel: American Colony www.americancolony.com, el King David the danhotels.com, Mamilla Hotel www.mamillahotel.com y el Jerusalem Inn para presupuestos como el mío... jerusalem-inn.com

Hummus: Abu Shukri-alucinante...

Desayuno como campeones: shakshuka

Un souvenir: ¿Qué les puedo decir? Amo mi keffiyeh...Pero el café árabe es una delicia también...los hamsas son divinos y todavía encuentro sobrecitos de Tierra Santa...

Museo del Holocausto: www1.yadvashem.org

Misceláneos: El Mar Muerto es una visita OBLIGATORIA


XOXO La Gerente

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